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sábado, 30 de junio de 2018

Los riesgos laborales en la seguridad privada



Uno de los factores de riesgo que provocan mayor indice de accidentes en la seguridad privada suelen ser los relacionados con la jornada laboral y los que derivan de la ubicación o centro del servicio a prestar
En cuanto los primeros, la prolongación de la jornada laboral es un factor de riesgo determinante que, en general tiende este sector a doblar jornadas para conseguir una remuneración suficiente. Estas largas jornadas de trabajo limitan el tiempo que el trabajador puede pasar con su familia, disminuye su tiempo libre y dificulta la participación social.
Por otro lado, la jornada se caracteriza por trabajos a turnos y trabajo nocturno, etc. que repercute directa y negativamente en la calidad de vida del trabajador, aumentando el grado de tensión y su fatiga. El trabajo a turnos, típico del Sector, altera los ritmos biológicos normales, provocando alteraciones del sueño, insomnio, trastornos digestivos, nerviosos, fatigas, irritabilidad, etc.
Respecto a la ubicación del servicio, la prestación de los diferentes servicios se realiza a través de contratas, lo que supone trabajar en la empresa cliente y no en la propia empresa. Esto conlleva una sensación de estar en “tierra de nadie”, ya que las condiciones de trabajo de la empresa contratante afectan al vigilante, pero éstos no tienen capacidad de mejorarlas.
Además, el trabajo es muy monótono y rutinario, con tareas repetitivas y poco estimulantes. La mayoría de los vigilantes suelen trabajar solos, y  en ocasiones en lugares mal acondicionados.
El aislamiento, la soledad y la incomunicación son rasgos característicos de los servicios que prestan. Todas estas situaciones provocan irritabilidad, ansiedad, depresión, estrés, etc.
Otro de los problemas que plantea esta ocupación es que prácticamente no existe la promoción profesional, lo que desmotiva enormemente al trabajador en el desempeño de su trabajo y le incita a abandonar su puesto de trabajo en cuanto encuentra otro empleo alternativo.
Y no debemos olvidar las situaciones de peligro que se viven en muchos puestos de trabajo, expuestos a atracos, ataques, persecuciones, etc., lo que genera inevitablemente uno de los  riesgos más frecuentes en el sector.
La Ley de Prevención de Riesgos Laborales estipula que el empresario deberá garantizar la seguridad y la salud de los trabajadores en todos los aspectos relacionados con el trabajo. Entre los principios de prevención figura: “evitar los riesgos”, “combatir los riesgos en su origen” y “adaptar el trabajo a la persona”.
Dadas las características del sector de seguridad, los riesgos se pueden dividir en dos grandes bloques: aquellos que se derivan de la propia actividad y los derivados del puesto de trabajo.
La problemática aumenta, puesto que a los factores de riesgos comunes de la profesión hay que añadir los relacionados con el entorno laboral de la empresa que contrata el servicio y, en este caso, suelen darse múltiples circunstancias, según la actividad de la empresa principal: servicios de vigilancia en centrales nucleares, entidades financieras, empresas químicas, hospitales, edificios oficiales, medios de transporte, grandes extensiones comerciales, obras de construcción, polígonos industriales, urbanizaciones aisladas, etc.
También, hay que profundizar en aquellos riesgos que nacen de una deficiente organización del trabajo. En estos casos el estrés juega un papel importante al estar muy relacionado con las condiciones de trabajo y poder conducir a enfermedades laborales.
En el Sector de Seguridad se producen, entre otras, situaciones intensas motivadas por imperativos profesionales elevados, reducida influencia que el trabajador ejerce sobre sus condiciones de trabajo, ritmos de trabajo excesivos, falta de apoyo social, precariedad en el empleo, escasa recompensa que no se corresponde con el trabajo realizado, etc. Estas situaciones pueden generar estrés con el resultado de la aparición de una amplia gama de enfermedades corporales, mentales e, incluso, mortales así como un fuerte estrés en los trabajadores.
Con relación a las evaluaciones de riesgos, la metodología de aplicación al objeto de identificar y valorar los riesgos de las Empresas, se está desarrollando igualmente con ésta visión tradicional, centrándose únicamente en aquellos riesgos clásicos de seguridad e higiene y obviando los nuevos riegos ergonómicos y psicosociales que de manera importante también afectan a los trabajadores del sector.
El Art. 3 de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales, define la Evaluación de los riesgos como el proceso dirigido a estimar la magnitud de aquellos riesgos que no hayan podido evitarse, obteniendo la información necesaria para que el empresario esté en condiciones de tomar una decisión apropiada sobre la necesidad de adoptar medidas preventivas y, en tal caso, sobre el tipo de medida que deben adoptarse.
Debido a la peculiaridad y complejidad de los servicios prestados por los Vigilantes de Seguridad que son contratados por empresas que reclaman un servicio de seguridad para sus instalaciones, y por lo tanto el servicio se desarrolla en el centro o lugar de trabajo del Empresario titular ó principal; está muy extendido por las empresas de seguridad la sustitución de las evaluaciones específicas en cada provincia ó centro de trabajo donde desarrollan su actividad, por una “guía de evaluación general por categoría del trabajador ó puesto especifico, es decir, una guía de los riesgos tipo de cada servicio ó categoría de vigilante.
De modo que ésta metodología de evaluación queda incompleta, sin la evaluación específica de cada puesto de trabajo, y para conseguir éste aplicación, previamente debe funcionar la información dentro del programa de coordinación de actividades empresariales. Según recoge el art. 24 de la Ley de Prevención (LPRL)
Así en aquellos casos de presencia de varias actividades de diferentes empresas en un mismo centro de trabajo como consecuencia de la subcontratación de servicios los riesgos han de ser evaluados o valorados de forma especial lo que da lugar a unas obligaciones complementarias.
Ya en el art. 23 de la Ley 23/1992 de Seguridad Privada y desarrollo reglamentario, los servicios deben estar adecuados a los riesgos., aunque esté articulo esté pensado desde un punto de vista de la seguridad como servicio y anterior a la Ley de prevención de 1995, recoge el mismo espíritu preventivo de ésta Ley al considerar los distintos factores y elementos que pueden influir en el desarrollo del servicio; así se recoge en el citado artículo:
Las empresas inscritas y autorizadas para el desarrollo de las actividades a que se refieren los párrafos a) b) c) y d) del artículo 1 de este Reglamento de seguridad, deberán determinar bajo su responsabilidad la adecuación del servicio a prestar respecto a la seguridad de las personas y bienes protegidos, así como la del personal de seguridad que haya de prestar el servicio, teniendo en cuenta los riesgos a cubrir, formulando, en consecuencia, por escrito, las indicaciones precedentes.
El art. 24 de la Ley de Prevención diferencia entre “servicios y actividades que correspondan con la propia actividad del empresario titular o principal y servicios que no se correspondan”, quedando estos últimos, que son los que afectan al sector de seguridad, con una mayor falta de concreción. Conforme al art. 16 de la Ley de Prevención los empresarios habrán de considerar tanto los riesgos propios de la actividad de cada uno de ellos, estando el referido artículo en fase de modificación legislativa, debido a su falta de concreción y de exigencias de responsabilidad entre la empresa principal y el resto de las empresas.
Lo más normal debería ser que para la realización de la evaluación especifica las empresas que vayan a desarrollar actividades en un mismo centro o lugar de trabajo, debieran de informar recíprocamente sobre los riesgos específicos de las actividades a desarrollar, en particular en relación con aquellos riesgos que puedan verse agravados o modificados por la concurrencia de las actividades en un mismo centro o lugar de trabajo.
Esta obligación de información reciproca ha de ser, previa al inicio de la actividad y por escrito y para todos los supuestos de coordinación de actividades empresariales. Igualmente cualquier situación de emergencia que pueda afectar a la seguridad y salud de los trabajadores, debería informarse de manera inmediata.
Por otro lado, la Evaluación de los riesgos constituye el paso previo al Plan de Prevención, conjunto de acciones organizadas que tiene por objeto la eliminación o reducción de los riesgos derivados del trabajo.
Otro capítulo importante de acuerdo con la Ley de Prevención (LPRL) es el referido a la vigilancia de la salud, componente esencial de la prevención de riesgos, al supone una orientación de la actividad sanitaria en el campo de la medicina del trabajo, debiendo abarcar lo individual y lo colectivo, no solo es exclusivamente asistencial; forma parte del Servicio de Prevención y su actuación estará vinculada al resultado de la evaluación de riesgos y al plan de prevención.
Sin embargo en la práctica en ocasiones no se realizan los reconocimientos médicos, no aplicando los protocolos médicos de acuerdo a los colectivos de trabajadores con riesgos específicos según recoge la Ley de Prevención, sino que se siguen realizando de manera general e inespecífica a todos los trabajadores.
También es función de la vigilancia de la salud la realización de estudios de información epidemiológica e investigación de las causas de los daños, al objeto de identificar los riesgos y conocer las consecuencias, magnitud real y gravedad de las enfermedades y daños de origen profesional, que sirvan para la elaboración y seguimiento de las políticas preventivas de riesgos laborales; que igualmente no se  suelen realizar.
 VICENTE LLOPIS MICÓ 
Perito Judicial en Investigación de Accidentes Laborales.
Jefe, Director, Profesor y Asesor de seguridad

jueves, 14 de junio de 2018

La respuesta ante crisis sanitarias graves

Confucio nos advertía ya en la antigüedad que “el éxito depende de la preparación previa, y sin ella seguro que llega el fracaso”.

En las últimas semanas asistimos a un nuevo rebrote de ébola en la República Democrática del Congo. Un tema que a pesar de su gravedad está pasando desapercibido en los medios de comunicación, sin considerar del impacto que esta amenaza puede suponer. No en vano el anterior brote de ébola contagió a 28000 personas de las que fallecieron más de 11000, eso sin considerar, más allá de las víctimas, las consecuencias sociales y económicas.

Con todo, el ébola más allá de lo impactante de sus devastadores efectos, propios de las fiebres hemorrágicas, no es ni de lejos una de las peores amenazas biológica a las que se pueden enfrentar las sociedades humanas. Hace hoy justo un siglo, en 1918, un brote de gripe especialmente virulento acabó con la vida de entre 50 y 100 millones de personas en el mundo, en cuestión de meses, más del triple que la Primera Guerra Mundial en 4 años. Entre el 10 y el 20% de los infectados de media y en algunas zonas más del 50%. El impacto de esta pandemia mundial sigue vivo entre los virólogos del mundo, manteniéndoles alerta ante cualquier mutación de la siempre ubicua gripe, que pudiera volver a generar mortalidades extraordinarias en la población sana.

Y es que la realidad histórica es que las pandemias han provocado más muertos que las guerras, y han sido causa de muchos de los grandes cambios sociales de la humanidad. Sin ir más lejos la peste en la Edad Media exterminó más de un tercio de la población europea y cambió el modelo feudal de la época.

En el caso del ébola, el traslado de un nacional infectado en África, para su tratamiento en España puso en cuestión el grado de preparación del país ante este tipo de emergencias médicas en particular y ante cualquier crisis o catástrofe de grandes consecuencias en general.

Puso de relieve la absoluta falta de previsión de la Administración Pública sanitaria para atender este tipo de casos infecciosos, debiéndose habilitar precipitadamente una planta entera de un centro sanitario para atender un solo caso. Aterra pensar como hubieran podido reacción ante una emergencia sanitaria de cientos o miles de infectados de semejante gravedad. Especialmente preocupante fué la ausencia de disposición de la mayor parte del colectivo sanitario para atender una situación de emergencia que pudiera poner en riesgo su salud.

Para cerrar el círculo del ridículo sanitario, una de las enfermeras se infectó al no cumplir los protocolos. Afortunadamente sobrevivió y no infectó a nadie durante el tiempo de incubación de la enfermedad, aunque tuvimos que asistir al drama nacional del polémico sacrificio de su perro, con el consiguiente debate social de tan trascendente decisión pública.

Pasados 4 años desde aquellos acontecimientos, con una nueva situación de emergencia sanitaria larvándose en África, y el permanente riesgo de que cualquier mutación vuelva a transformar una desagradable gripe, o cualquier otra enfermedad en una amenaza mortal para la sociedad, me asalta la duda de si se habrán aprendido las lecciones oportunas y se habrán tomado las decisiones correctas para afrontar este tipo de situaciones.

En primer lugar, analizando los hechos, está claro que la Administración Civil en España no está preparada para atender este tipo de emergencias. Con carácter general carece de la mentalidad de servicio público. Sólo los servicios enfocados a la seguridad y la defensa, los bomberos y quizá los servicios de protección civil, están dotados del espíritu de sacrificio necesario para estar dispuestos a exponer incluso la vida para servir al resto de la ciudadanía. En ese sentido la actitud mostrada por una buena parte del colectivo sanitario, hace dudar de su disposición y capacidad para atender cualquier pandemia de grandes consecuencias. A fin de cuentas, comparada con una hipotética nueva “gripe española” la amenaza del ébola no es más que una anécdota incluso cuando produjera cientos o miles de casos.

Parece por tanto claro que este tipo de emergencias sanitarias deberían ser consideradas amenazas biológicas contra la seguridad nacional, debiendo emplearse a las Fuerzas Armadas en coordinación con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y los servicios de Protección Civil para combatirlas. De hecho España tiene unidades entrenadas para reaccionar ante amenazas NBQ, y una Unidad Militar de Emergencias, la cual debería ser preparada entre otras cosas para precisamente responder ante un eventual brote infeccioso catastrófico.

Puede parecer una medida extremista, especialmente pensando en el limitado incidente de 2014. Un solo caso y un rebrote. Sin embargo fue suficiente para dejar claras las limitaciones del sistema público de salud para atender un brote infeccioso masivo de alta mortalidad, viéndose superado por un solo caso.

Ante una verdadera emergencia sanitaria con cientos o miles de contagios, en un posible ambiente incierto donde incluso se desconozca las causas y por supuesto la cura, es de prever pánico y ansias por huir de las áreas afectadas, y en previsible cuarentena, con el consiguiente riesgo de provocar nuevos focos de forma incontrolada.

Pretender tratar a los afectados en los hospitales, a más de colapsarlos, implicaría un riesgo para el resto de los pacientes y personal médico. Lo lógico sería poder aislarlos en lugares preparados para ello. Habilitar alojamientos en cuarteles seria un primer paso dando por sentado que estos deben, deberían, estar preparados para mantener a su personal acuartelado y por tanto dotado de medios para ello. A partir de ahí, hoteles, u otro tipo de hospedajes,  buques de pasajeros o mercantes, escuelas, pabellones deportivos, e incluso pabellones o naves industriales llegado el caso, y por orden de preferencia y necesidad en caso de situaciones de agravamiento y extensión de la pandemia.

Las medidas de aislamiento y prevención de contagio evidentemente las determinarían la gravedad del evento. Un Estado responsable y previsor debería disponer de un adecuado número de estaciones de aislamiento y equipamiento médico y de protección individual y colectiva para atender el mayor número de casos posibles. Una vez superada esta capacidad, no se podrá garantizar la plena seguridad y atención de afectados y cuidadores.

Tampoco es menor el tema logístico. Agua, Alimentos, recursos sanitarios, llegado el caso incluso energía, gasolina, electricidad, gas…, pueden llegar a escasear. Hay que prever un plan de abastecimiento a la población en cuarentena, eso siendo positivos y logrando que una buena y rápida intervención planificada haya permitido controlar los focos antes de ser incontrolables.

Y es que es fundamental una buena planificación de este y de otros muchos posibles escenarios de crisis o catástrofe para evitar que se descontrole. Hay países que disponen de un muy eficaz sistema de defensa y protección civil que mantienen bien actualizado y preparado. Desgraciadamente ese no es el caso de España. Hasta donde los datos y los antecedentes alcanzan, incluso un mero infectado grave debe poner a pensar a las doctas y bien pagadas mentes de la administración pública durante días y obliga a preparar ad hoc unas instalaciones deprisa y corriendo.

Hubiera sido mucho más efectivo haber derivado la crisis a la sanidad militar, los equipos NBQ y de emergencia, y haber preparado en un cuartel un área de aislamiento. De esta manera se hubiese aprendido mucho obteniendo una valiosa retroalimentación para el futuro. Además, nos hubiéramos ahorrado la vergonzosa consecuencia posterior de un contagio accidental, o al menos el riesgo de su posible extensión entre la población civil. Una ventaja de la disciplina militar es que el equipo de asistencia puede ser puesto en cuarentena los días que sean precisos ya que los militares asumen como parte del servicio la lejanía de sus familias cuando y durante el tiempo que sea preciso.

Es necesario tener bien preparados los recursos precisos para atender cualquier emergencia de este tipo o similar, cual puede ser una contaminación masiva de una red de distribución de aguas, o una crisis alimentaria, un desastre nuclear o químico, catástrofes meteorológicas o de la naturaleza extraordinarias, e incluso amenazas terroristas mediante armas de destrucción masiva.

Es evidente que este tipo de escenarios es muy posible que jamás sucedan, pero cuando las consecuencias de su improbable materialización pueden suponer ser tan devastadoras en lo humano y lo material, no parece tan descabellado poner atención a su estudio y disponer de medios suficientes al menos para dar respuesta a amenazas de determinado nivel. Conviene tener en cuenta que en el peor de los casos, una pandemia mundial de consecuencias similares a la de 1918, cada país deberá contar solo y exclusivamente con sus recursos, aquellos que haya tenido la precaución de preparar.

En ese sentido España dispone de una excelente preparación contra amenazas NRBQ, reconocida a nivel mundial. El problema no es cualitativo, sino cuantitativo. Faltan recursos, y especialmente formación continuada para el personal no directamente destinado a estos servicios, pero que puede ser preciso activar en caso de una amenaza de gran envergadura. Por experiencia propia sé que una cosa es hacer un curso, incluso de instructor, y otra es, diez años después, siquiera acordarse del correcto orden para ponerse y quitarse el traje de protección.

¿Cuál es el papel de la Seguridad Privada en este tipo de situaciones?. A priori la Ley establece que el personal de Seguridad Privada debe someterse a la autoridad de la FCSE cuando así se determine. En todo caso con los limitados medios materiales formativos y jurídicos que la Ley y el Reglamento ponen a disposición del Sector, la eficacia y eficiencia de este apoyo se verá fuertemente limitada por la ausencia de planificación y recursos. No faltará desde luego voluntariedad y disposición, especialmente por parte del personal, bien concienciado de su labor de servicio público. Otra cosa es la capacidad de las arcaicas directivas de las empresas, más empeñadas en su margen de beneficios que en su responsabilidad social,  para saber reaccionar ante entornos dinámicos, cambiantes y sobre todo de necesidad de tomar decisiones y asumir responsabilidades.

Desconozco a modo de ejemplo la preparación y medios que el personal destinado a proporcionar seguridad de centrales nucleares, empresas químicas, puertos y otras instalaciones criticas susceptibles de riesgos de contaminación biológica o química, o los empleados en instalaciones de transporte público, posible blanco de ataques con armas de destrucción masiva, tal y como sucedió ya en el Japón hace dos décadas con un atentado coordinado con gas sarín.

“El éxito depende de la preparación previa, y sin ella seguro que llega el fracaso”. Puede parecer poco probable que se materialice una amenaza sanitaria de grandes proporciones como los que ha padecido la humanidad en el pasado, pero las devastadoras consecuencias humanas y sociales que provocaría, hacen que el fracaso no sea una opción para los responsables de la gestión pública, solo queda por tanto exigir que se adopten todas las medidas oportunas y se prevean los recursos necesarios para evitar que ocurran o limitar sus efectos.

Si conoces al enemigo y a ti mismo, no debes temer el resultado de un ciento de batallas


Jose Federico Villamil Calva
fedevillamil@fortiumsc.eu
Coordinador del blog
Director General de Fortium CNS