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jueves, 14 de junio de 2018

La respuesta ante crisis sanitarias graves

Confucio nos advertía ya en la antigüedad que “el éxito depende de la preparación previa, y sin ella seguro que llega el fracaso”.

En las últimas semanas asistimos a un nuevo rebrote de ébola en la República Democrática del Congo. Un tema que a pesar de su gravedad está pasando desapercibido en los medios de comunicación, sin considerar del impacto que esta amenaza puede suponer. No en vano el anterior brote de ébola contagió a 28000 personas de las que fallecieron más de 11000, eso sin considerar, más allá de las víctimas, las consecuencias sociales y económicas.

Con todo, el ébola más allá de lo impactante de sus devastadores efectos, propios de las fiebres hemorrágicas, no es ni de lejos una de las peores amenazas biológica a las que se pueden enfrentar las sociedades humanas. Hace hoy justo un siglo, en 1918, un brote de gripe especialmente virulento acabó con la vida de entre 50 y 100 millones de personas en el mundo, en cuestión de meses, más del triple que la Primera Guerra Mundial en 4 años. Entre el 10 y el 20% de los infectados de media y en algunas zonas más del 50%. El impacto de esta pandemia mundial sigue vivo entre los virólogos del mundo, manteniéndoles alerta ante cualquier mutación de la siempre ubicua gripe, que pudiera volver a generar mortalidades extraordinarias en la población sana.

Y es que la realidad histórica es que las pandemias han provocado más muertos que las guerras, y han sido causa de muchos de los grandes cambios sociales de la humanidad. Sin ir más lejos la peste en la Edad Media exterminó más de un tercio de la población europea y cambió el modelo feudal de la época.

En el caso del ébola, el traslado de un nacional infectado en África, para su tratamiento en España puso en cuestión el grado de preparación del país ante este tipo de emergencias médicas en particular y ante cualquier crisis o catástrofe de grandes consecuencias en general.

Puso de relieve la absoluta falta de previsión de la Administración Pública sanitaria para atender este tipo de casos infecciosos, debiéndose habilitar precipitadamente una planta entera de un centro sanitario para atender un solo caso. Aterra pensar como hubieran podido reacción ante una emergencia sanitaria de cientos o miles de infectados de semejante gravedad. Especialmente preocupante fué la ausencia de disposición de la mayor parte del colectivo sanitario para atender una situación de emergencia que pudiera poner en riesgo su salud.

Para cerrar el círculo del ridículo sanitario, una de las enfermeras se infectó al no cumplir los protocolos. Afortunadamente sobrevivió y no infectó a nadie durante el tiempo de incubación de la enfermedad, aunque tuvimos que asistir al drama nacional del polémico sacrificio de su perro, con el consiguiente debate social de tan trascendente decisión pública.

Pasados 4 años desde aquellos acontecimientos, con una nueva situación de emergencia sanitaria larvándose en África, y el permanente riesgo de que cualquier mutación vuelva a transformar una desagradable gripe, o cualquier otra enfermedad en una amenaza mortal para la sociedad, me asalta la duda de si se habrán aprendido las lecciones oportunas y se habrán tomado las decisiones correctas para afrontar este tipo de situaciones.

En primer lugar, analizando los hechos, está claro que la Administración Civil en España no está preparada para atender este tipo de emergencias. Con carácter general carece de la mentalidad de servicio público. Sólo los servicios enfocados a la seguridad y la defensa, los bomberos y quizá los servicios de protección civil, están dotados del espíritu de sacrificio necesario para estar dispuestos a exponer incluso la vida para servir al resto de la ciudadanía. En ese sentido la actitud mostrada por una buena parte del colectivo sanitario, hace dudar de su disposición y capacidad para atender cualquier pandemia de grandes consecuencias. A fin de cuentas, comparada con una hipotética nueva “gripe española” la amenaza del ébola no es más que una anécdota incluso cuando produjera cientos o miles de casos.

Parece por tanto claro que este tipo de emergencias sanitarias deberían ser consideradas amenazas biológicas contra la seguridad nacional, debiendo emplearse a las Fuerzas Armadas en coordinación con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y los servicios de Protección Civil para combatirlas. De hecho España tiene unidades entrenadas para reaccionar ante amenazas NBQ, y una Unidad Militar de Emergencias, la cual debería ser preparada entre otras cosas para precisamente responder ante un eventual brote infeccioso catastrófico.

Puede parecer una medida extremista, especialmente pensando en el limitado incidente de 2014. Un solo caso y un rebrote. Sin embargo fue suficiente para dejar claras las limitaciones del sistema público de salud para atender un brote infeccioso masivo de alta mortalidad, viéndose superado por un solo caso.

Ante una verdadera emergencia sanitaria con cientos o miles de contagios, en un posible ambiente incierto donde incluso se desconozca las causas y por supuesto la cura, es de prever pánico y ansias por huir de las áreas afectadas, y en previsible cuarentena, con el consiguiente riesgo de provocar nuevos focos de forma incontrolada.

Pretender tratar a los afectados en los hospitales, a más de colapsarlos, implicaría un riesgo para el resto de los pacientes y personal médico. Lo lógico sería poder aislarlos en lugares preparados para ello. Habilitar alojamientos en cuarteles seria un primer paso dando por sentado que estos deben, deberían, estar preparados para mantener a su personal acuartelado y por tanto dotado de medios para ello. A partir de ahí, hoteles, u otro tipo de hospedajes,  buques de pasajeros o mercantes, escuelas, pabellones deportivos, e incluso pabellones o naves industriales llegado el caso, y por orden de preferencia y necesidad en caso de situaciones de agravamiento y extensión de la pandemia.

Las medidas de aislamiento y prevención de contagio evidentemente las determinarían la gravedad del evento. Un Estado responsable y previsor debería disponer de un adecuado número de estaciones de aislamiento y equipamiento médico y de protección individual y colectiva para atender el mayor número de casos posibles. Una vez superada esta capacidad, no se podrá garantizar la plena seguridad y atención de afectados y cuidadores.

Tampoco es menor el tema logístico. Agua, Alimentos, recursos sanitarios, llegado el caso incluso energía, gasolina, electricidad, gas…, pueden llegar a escasear. Hay que prever un plan de abastecimiento a la población en cuarentena, eso siendo positivos y logrando que una buena y rápida intervención planificada haya permitido controlar los focos antes de ser incontrolables.

Y es que es fundamental una buena planificación de este y de otros muchos posibles escenarios de crisis o catástrofe para evitar que se descontrole. Hay países que disponen de un muy eficaz sistema de defensa y protección civil que mantienen bien actualizado y preparado. Desgraciadamente ese no es el caso de España. Hasta donde los datos y los antecedentes alcanzan, incluso un mero infectado grave debe poner a pensar a las doctas y bien pagadas mentes de la administración pública durante días y obliga a preparar ad hoc unas instalaciones deprisa y corriendo.

Hubiera sido mucho más efectivo haber derivado la crisis a la sanidad militar, los equipos NBQ y de emergencia, y haber preparado en un cuartel un área de aislamiento. De esta manera se hubiese aprendido mucho obteniendo una valiosa retroalimentación para el futuro. Además, nos hubiéramos ahorrado la vergonzosa consecuencia posterior de un contagio accidental, o al menos el riesgo de su posible extensión entre la población civil. Una ventaja de la disciplina militar es que el equipo de asistencia puede ser puesto en cuarentena los días que sean precisos ya que los militares asumen como parte del servicio la lejanía de sus familias cuando y durante el tiempo que sea preciso.

Es necesario tener bien preparados los recursos precisos para atender cualquier emergencia de este tipo o similar, cual puede ser una contaminación masiva de una red de distribución de aguas, o una crisis alimentaria, un desastre nuclear o químico, catástrofes meteorológicas o de la naturaleza extraordinarias, e incluso amenazas terroristas mediante armas de destrucción masiva.

Es evidente que este tipo de escenarios es muy posible que jamás sucedan, pero cuando las consecuencias de su improbable materialización pueden suponer ser tan devastadoras en lo humano y lo material, no parece tan descabellado poner atención a su estudio y disponer de medios suficientes al menos para dar respuesta a amenazas de determinado nivel. Conviene tener en cuenta que en el peor de los casos, una pandemia mundial de consecuencias similares a la de 1918, cada país deberá contar solo y exclusivamente con sus recursos, aquellos que haya tenido la precaución de preparar.

En ese sentido España dispone de una excelente preparación contra amenazas NRBQ, reconocida a nivel mundial. El problema no es cualitativo, sino cuantitativo. Faltan recursos, y especialmente formación continuada para el personal no directamente destinado a estos servicios, pero que puede ser preciso activar en caso de una amenaza de gran envergadura. Por experiencia propia sé que una cosa es hacer un curso, incluso de instructor, y otra es, diez años después, siquiera acordarse del correcto orden para ponerse y quitarse el traje de protección.

¿Cuál es el papel de la Seguridad Privada en este tipo de situaciones?. A priori la Ley establece que el personal de Seguridad Privada debe someterse a la autoridad de la FCSE cuando así se determine. En todo caso con los limitados medios materiales formativos y jurídicos que la Ley y el Reglamento ponen a disposición del Sector, la eficacia y eficiencia de este apoyo se verá fuertemente limitada por la ausencia de planificación y recursos. No faltará desde luego voluntariedad y disposición, especialmente por parte del personal, bien concienciado de su labor de servicio público. Otra cosa es la capacidad de las arcaicas directivas de las empresas, más empeñadas en su margen de beneficios que en su responsabilidad social,  para saber reaccionar ante entornos dinámicos, cambiantes y sobre todo de necesidad de tomar decisiones y asumir responsabilidades.

Desconozco a modo de ejemplo la preparación y medios que el personal destinado a proporcionar seguridad de centrales nucleares, empresas químicas, puertos y otras instalaciones criticas susceptibles de riesgos de contaminación biológica o química, o los empleados en instalaciones de transporte público, posible blanco de ataques con armas de destrucción masiva, tal y como sucedió ya en el Japón hace dos décadas con un atentado coordinado con gas sarín.

“El éxito depende de la preparación previa, y sin ella seguro que llega el fracaso”. Puede parecer poco probable que se materialice una amenaza sanitaria de grandes proporciones como los que ha padecido la humanidad en el pasado, pero las devastadoras consecuencias humanas y sociales que provocaría, hacen que el fracaso no sea una opción para los responsables de la gestión pública, solo queda por tanto exigir que se adopten todas las medidas oportunas y se prevean los recursos necesarios para evitar que ocurran o limitar sus efectos.

Si conoces al enemigo y a ti mismo, no debes temer el resultado de un ciento de batallas


Jose Federico Villamil Calva
fedevillamil@fortiumsc.eu
Coordinador del blog
Director General de Fortium CNS

2 comentarios:

  1. Mucha verdad en este artículo.

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  2. Parece mentira que estemos en el siglo XXI.
    Perfecto articulo para crear conciencia.

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