Confucio nos
advertía ya en la antigüedad que “el éxito depende de la preparación previa, y
sin ella seguro que llega el fracaso”.
En las últimas
semanas asistimos a un nuevo rebrote de ébola en la República Democrática del
Congo. Un tema que a pesar de su gravedad está pasando desapercibido en los
medios de comunicación, sin considerar del impacto que esta amenaza puede suponer. No
en vano el anterior brote de ébola contagió a 28000 personas de las que
fallecieron más de 11000, eso sin considerar, más allá de las víctimas, las consecuencias
sociales y económicas.
Con todo, el
ébola más allá de lo impactante de sus devastadores efectos, propios
de las fiebres hemorrágicas, no es ni de lejos una de las peores amenazas
biológica a las que se pueden enfrentar las sociedades humanas. Hace hoy justo
un siglo, en 1918, un brote de gripe especialmente virulento acabó con la vida
de entre 50 y 100 millones de personas en el mundo, en cuestión de meses, más
del triple que la Primera Guerra Mundial en 4 años. Entre el 10 y el 20% de los
infectados de media y en algunas zonas más del 50%. El impacto de esta pandemia
mundial sigue vivo entre los virólogos del mundo, manteniéndoles alerta ante
cualquier mutación de la siempre ubicua gripe, que pudiera volver a generar
mortalidades extraordinarias en
la población sana.
Y es que la realidad histórica es
que las pandemias han provocado más muertos que las guerras, y han sido causa
de muchos de los grandes cambios sociales de la humanidad. Sin ir más lejos la
peste en la Edad Media exterminó más de un tercio de la población europea y
cambió el modelo feudal de la época.
En el caso del
ébola, el traslado de un nacional infectado en África, para su tratamiento en
España puso en cuestión el grado de preparación del país ante este tipo de
emergencias médicas en particular y ante cualquier crisis o catástrofe de
grandes consecuencias en general.
Puso de relieve
la absoluta falta de previsión de la Administración Pública sanitaria para
atender este tipo de casos infecciosos, debiéndose habilitar precipitadamente
una planta entera de un centro sanitario para atender un solo caso. Aterra
pensar como hubieran podido reacción ante una emergencia sanitaria de cientos o
miles de infectados de semejante gravedad. Especialmente preocupante fué la
ausencia de disposición de la mayor parte del colectivo sanitario para atender
una situación de emergencia que pudiera poner en riesgo su salud.
Para cerrar el
círculo del ridículo sanitario, una de las enfermeras se infectó al no cumplir
los protocolos. Afortunadamente sobrevivió y no infectó a nadie durante el
tiempo de incubación de la enfermedad, aunque tuvimos que asistir al drama
nacional del polémico sacrificio de su perro, con el consiguiente debate social
de tan trascendente decisión pública.
Pasados 4 años
desde aquellos acontecimientos, con una nueva situación de emergencia sanitaria
larvándose en África, y el permanente riesgo de que cualquier mutación vuelva a
transformar una desagradable gripe, o cualquier otra enfermedad en una amenaza
mortal para la sociedad, me asalta la duda de si se habrán aprendido las
lecciones oportunas y se habrán tomado las decisiones correctas para afrontar
este tipo de situaciones.
En primer
lugar, analizando los hechos, está claro que la Administración Civil en España
no está preparada para atender este tipo de emergencias. Con carácter general
carece de la mentalidad de servicio público. Sólo los servicios enfocados a la
seguridad y la defensa, los bomberos y quizá los servicios de protección civil,
están dotados del espíritu de sacrificio necesario para estar dispuestos a
exponer incluso la vida para servir al resto de la ciudadanía. En ese sentido
la actitud mostrada por una buena parte del colectivo sanitario, hace dudar de
su disposición y capacidad para atender cualquier pandemia de grandes
consecuencias. A fin de cuentas, comparada con una hipotética nueva “gripe
española” la amenaza del ébola no es más que una anécdota incluso cuando
produjera cientos o miles de casos.
Parece por
tanto claro que este tipo de emergencias sanitarias deberían ser consideradas
amenazas biológicas contra la seguridad nacional, debiendo emplearse a las
Fuerzas Armadas en coordinación con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del
Estado y los servicios de Protección Civil para combatirlas. De hecho España
tiene unidades entrenadas para reaccionar ante amenazas NBQ, y una Unidad
Militar de Emergencias, la cual debería ser preparada entre otras cosas para
precisamente responder ante un eventual brote infeccioso catastrófico.
Puede parecer
una medida extremista, especialmente pensando en el limitado incidente de 2014.
Un solo caso y un rebrote. Sin embargo fue suficiente para dejar claras las
limitaciones del sistema público de salud para atender un brote infeccioso
masivo de alta mortalidad, viéndose superado por un solo caso.
Ante una
verdadera emergencia sanitaria con cientos o miles de contagios, en un posible
ambiente incierto donde incluso se desconozca las causas y por supuesto la
cura, es de prever pánico y ansias por huir de las áreas afectadas, y en
previsible cuarentena, con el consiguiente riesgo de provocar nuevos focos de
forma incontrolada.
Pretender
tratar a los afectados en los hospitales, a más de colapsarlos, implicaría un
riesgo para el resto de los pacientes y personal médico. Lo lógico sería poder
aislarlos en lugares preparados para ello. Habilitar alojamientos en cuarteles
seria un primer paso dando por sentado que estos deben, deberían, estar
preparados para mantener a su personal acuartelado y por tanto dotado de medios
para ello. A partir de ahí, hoteles, u otro tipo de hospedajes, buques de
pasajeros o mercantes, escuelas, pabellones deportivos, e incluso pabellones o naves industriales llegado el
caso, y por orden de preferencia y necesidad en caso de situaciones de
agravamiento y extensión de la pandemia.
Las medidas de
aislamiento y prevención de contagio evidentemente las determinarían la
gravedad del evento. Un Estado responsable y previsor debería disponer de un
adecuado número de estaciones de aislamiento y equipamiento médico y de
protección individual y colectiva para atender el mayor número de casos
posibles. Una vez superada esta capacidad, no se podrá garantizar la plena
seguridad y atención de afectados y cuidadores.
Tampoco es
menor el tema logístico. Agua, Alimentos, recursos sanitarios, llegado el caso
incluso energía, gasolina, electricidad, gas…, pueden llegar a escasear. Hay
que prever un plan de abastecimiento a la población en cuarentena, eso siendo
positivos y logrando que una buena y rápida intervención planificada haya
permitido controlar los focos antes de ser incontrolables.
Y es que es
fundamental una buena planificación de este y de otros muchos posibles
escenarios de crisis o catástrofe para evitar que se descontrole. Hay países
que disponen de un muy eficaz sistema de defensa y protección civil que
mantienen bien actualizado y preparado. Desgraciadamente ese no es el caso de
España. Hasta donde los datos y los antecedentes alcanzan, incluso un mero infectado
grave debe poner a pensar a las doctas y bien pagadas mentes de la
administración pública durante días y obliga a preparar ad hoc unas
instalaciones deprisa y corriendo.
Hubiera sido
mucho más efectivo haber derivado la crisis a la sanidad militar, los equipos
NBQ y de emergencia, y haber preparado en un cuartel un área de aislamiento. De
esta manera se hubiese aprendido mucho obteniendo una valiosa retroalimentación
para el futuro. Además, nos hubiéramos ahorrado la vergonzosa consecuencia
posterior de un contagio accidental, o al menos el riesgo de su posible
extensión entre la población civil. Una ventaja de la disciplina militar es que
el equipo de asistencia puede ser puesto en cuarentena los días que sean
precisos ya que los militares asumen como parte del servicio la lejanía de sus
familias cuando y durante el tiempo que sea preciso.
Es necesario
tener bien preparados los recursos precisos para atender cualquier emergencia
de este tipo o similar, cual puede ser una contaminación masiva de una red de
distribución de aguas, o una crisis alimentaria, un desastre nuclear o químico,
catástrofes meteorológicas o de la naturaleza extraordinarias, e incluso
amenazas terroristas mediante armas de destrucción masiva.
Es evidente que
este tipo de escenarios es muy posible que jamás sucedan, pero cuando las
consecuencias de su improbable materialización pueden suponer ser tan
devastadoras en lo humano y lo material, no parece tan descabellado poner
atención a su estudio y disponer de medios suficientes al menos para dar
respuesta a amenazas de determinado nivel. Conviene tener en cuenta que en el
peor de los casos, una pandemia mundial de consecuencias similares a la de
1918, cada país deberá contar solo y exclusivamente con sus recursos, aquellos
que haya tenido la precaución de preparar.
En ese sentido
España dispone de una excelente preparación contra amenazas NRBQ, reconocida a
nivel mundial. El problema no es cualitativo, sino cuantitativo. Faltan recursos, y
especialmente formación continuada para el personal no directamente destinado a
estos servicios, pero que puede ser preciso activar en caso de una amenaza de
gran envergadura. Por experiencia propia sé que una cosa es hacer un curso,
incluso de instructor, y otra es, diez años después, siquiera acordarse del
correcto orden para ponerse y quitarse el traje de protección.
¿Cuál es el
papel de la Seguridad Privada en este tipo de situaciones?. A priori la Ley
establece que el personal de Seguridad Privada debe someterse a la autoridad de
la FCSE cuando así se determine. En todo caso con los limitados medios
materiales formativos y jurídicos que la Ley y el Reglamento ponen a
disposición del Sector, la eficacia y eficiencia de este apoyo se verá
fuertemente limitada por la ausencia de planificación y recursos. No faltará
desde luego voluntariedad y disposición, especialmente por parte del personal,
bien concienciado de su labor de servicio público. Otra cosa es la capacidad de
las arcaicas directivas de las empresas, más empeñadas en su margen de
beneficios que en su responsabilidad social,
para saber reaccionar ante entornos dinámicos, cambiantes y sobre todo
de necesidad de tomar decisiones y asumir responsabilidades.
Desconozco a
modo de ejemplo la preparación y medios que el personal destinado a
proporcionar seguridad de centrales nucleares, empresas químicas, puertos y
otras instalaciones criticas susceptibles de riesgos de contaminación biológica
o química, o los empleados en instalaciones de transporte público, posible
blanco de ataques con armas de destrucción masiva, tal y como sucedió ya en el
Japón hace dos décadas con un atentado coordinado con gas sarín.
“El éxito
depende de la preparación previa, y sin ella seguro que llega el fracaso”.
Puede parecer poco probable que se materialice una amenaza sanitaria de grandes
proporciones como los que ha padecido la humanidad en el pasado, pero las
devastadoras consecuencias humanas y sociales que provocaría, hacen que el
fracaso no sea una opción para los responsables de la gestión pública, solo
queda por tanto exigir que se adopten todas las medidas oportunas y se prevean
los recursos necesarios para evitar que ocurran o limitar sus efectos.
Jose Federico Villamil Calva
fedevillamil@fortiumsc.eu
Coordinador del blog
Director General de Fortium CNS
Mucha verdad en este artículo.
ResponderEliminarParece mentira que estemos en el siglo XXI.
ResponderEliminarPerfecto articulo para crear conciencia.