Con un ratio menor de 0,7 asesinatos por cada
100000 habitantes, España es considerado uno de los países más seguros del
mundo. Diversos son los factores que coadyuvan a estos resultados. Entre otros
muchos el propio carácter sociable español, unido al rechazo social a todo tipo
de violencia, al que ha contribuido la violencia terrorista de ETA, y
especialmente la gran profesionalidad de los FCSE que acaban resolviendo la
gran mayoría de los asesinatos. Desgraciadamente esta baja criminalidad que
disfrutamos es más la excepción que la norma en buena parte del mundo. Incluso
en la propia y “civilizada” Europa muchos países considerados modelos de
convivencia doblan e incluso triplican nuestras tasas de muertes violentas.
Muy lejos de estas estadísticas del “mundo
civilizado” se encuentran las de los países del continente americano, uno de
los principales destinos de cada vez más empresas españolas y empleados
cualificados. Allí los países más seguros, presumen de tasas de muertes
violentas que en Europa ya parecerían escandalosas, que van, siempre ratios sobre
100.000 habitantes, de las 3,6 de la desarrollada Chile al 6 de Argentina
pasando por el 4,5 de Estados Unidos, siete veces superior a la de España.
Pero estas cifras palidecen con las que la
ONU traslada de los países más violentos del mundo, la mayor parte de ellos países
iberoamericanos. Los cinco primeros de la lista, y 17 de los 20 países con
mayor tasa de asesinatos son iberoamericanos. El Salvador, Honduras y Venezuela
copan el pódium de esta macabra lista con tasas por cada 100.000 habitantes de
110, en el primer caso y sobre 60 en los otros dos. Brasil, Méjico y Colombia, países
con potentes economías en desarrollo y objetivos prioritarios de la inversión española
también están entre los más violentos del mundo.
Es difícil hacerse una idea de lo que estos fríos
datos suponen. En bruto se traducen en más de 120.000 asesinados en Iberoamérica,
solo en Brasil, 55000 al año, tantos como los soldados que perdió EEUU durante
10 años en la guerra de Vietnam, sobre 20000 personas mueren violentamente cada
año en Méjico o Venezuela, bastantes más de los que sufrió la Unión Soviética
en Afganistán en mas una década de conflicto, considerando además muchos de
ellos fallecieron de enfermedad o accidente. De hecho en Iberoamérica son
asesinados al año más del doble de personas que las que mueren en la guerra
Siria, donde cientos de miles de soldados y terroristas se enfrentan armados
con la más modernas tecnologías. La castigada Irak repleta de armas automáticas
y conflictos sectarios, tiene un ratio de crímenes mortales 8 veces menor que Venezuela
y 15 veces menor que el Salvador.
Lo peor de este oscuro panorama internacional
es que las cifras de criminalidad general van en consonancia con las de
asesinatos. Secuestros, robos con violencia, violaciones, extorsión… son tan
habituales en estos países que apenas se investigan. Son riesgos que pueden
poner en cuestión la necesaria continuidad de negocio y por supuesto condiciona
la posibilidad de disponer del personal suficientemente cualificado para los
puestos técnicos y directivos. Todo ello sin considerar el reto que para la
seguridad interna supone la selección de personal autóctono. No solo se trata
de poder garantizar la capacidad y sobre todo lealtad y fidelidad de dicho
personal, sino de cómo responder a la amenaza que la posible extorsión sobre
las mismas y sus familias puede suponer para la integridad de los bienes físicos
y sobre todo la información de cualquier empresa.
Y es que conviene tener en cuenta en esta ecuación
de riesgos y amenazas, la extrema criminalidad organizada, incluso en ciertos
casos con la connivencia del poder político, la administración pública y las
fuerzas de seguridad, lo cual dificulta aún más el marco de evaluación de
riesgos y la adopción de las medidas de seguridad necesarias para salvaguardar
la integridad física de los expatriados y garantizar la seguridad de los bienes
materiales e inmateriales precisos para la actividad empresarial.
A modo de ejemplo del reto que la
criminalidad extrema de estos países supone para la seguridad empresarial,
conviene recordar algunos casos muy recientes:
- En diciembre del año pasado fueron secuestrados
2 ciudadanos españoles por orden del propio jefe de seguridad de su empresa, un
mejicano despedido días antes. Fueron liberados después de pasar 3 días en una cámara
frigorífica, y pedían 1,3 millones de euros por su liberación. Tuvieron suerte
ya que lo pueden contar.
- Este mismo mes de marzo el empresario
orensano Jose González fue tiroteado y muerto frente a unos de sus negocios en Méjico
DC. Solo un par de meses antes otro empresario español, Segismundo Díaz murió a
la puerta del garaje de su casa.
- Otro español fue también asesinado a la
puerta de su casa en Venezuela por oficialistas chavistas, es decir matones del
propio régimen. Había sido asaltado violentamente 5 veces y secuestrado otras
dos anteriormente.
- En Brasil una turista, María Esperanza Jiménez
Ruiz murió accidentalmente por disparos de la policía militar en un control mientras
visitaba una favela de Rio de Janeiro en octubre del año pasado.
- Tres italianos fueron vendidos en Méjico
por policías a una banda de delincuencia organizada por 43 euros a finales de
enero. Aún siguen desaparecidos y no hay noticias de su destino.
Y estos son solo algunos casos recientes
conocidos. Muchos son asesinados, secuestrados, asaltados y sobre todo extorsionados
sin que merezcan la mínima mención informativa.
Por todo ello, especialmente cuando se trata
de garantizar la seguridad de personas, no tomar las necesarias medidas de
seguridad, más que una irresponsabilidad es una negligencia con posible responsabilidad
penal, que bien podría ser exigida a la alta dirección de las empresas por
parte de las víctimas y en su caso sus familiares. Los riesgos de seguridad
debidos a la criminalidad deben ser contemplados con la misma seriedad y
profesionalidad que se asigna al resto de riesgos laborales.
Pero, ¿Qué se puede hacer para eliminar o al
menos minimizar semejante amenaza?. Es necesario que las empresas se
conciencien sobre la necesidad de adoptar las precisas medidas de seguridad
para su personal expatriado, recogidas en el oportuno plan de seguridad. Es
fundamental también que el personal sea aleccionado y concienciado sobre las
medidas de autoprotección necesarias para su seguridad.
Las medidas de seguridad y autoprotección que
precisa el personal expatriado en Iberoamérica, no difieren demasiado de las
que durante décadas hemos tenido que emplear tantos en el País Vasco como
consecuencia de la amenaza terrorista. En todo caso en un marco tan complejo
como el descrito no sirven soluciones genéricas, es preciso adoptar medidas específicas
y diferenciadas para cada situación.
La vida de las personas no tiene precio y por
tanto su seguridad en entornos de criminalidad organizada solo debería
encomendarse a profesionales experimentados y cualificados para garantizar su
seguridad y la de sus familias.
No harán muy grandes cosas los vacilantes que dudan de la seguridad
(Thomas Stearns Eliot)
Jose Federico Villamil Calva
fedevillamil@fortiumsc.eu
Coordinador del blog
Coordinador de la Division Fortium ITS
Coordinador de la Division Fortium ITS
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